Budapest, una capital que saborear
Actualizado: 17 ago 2022
A priori Budapest no era uno de mis destinos soñados, pero después de este viaje quedé totalmente enamorado, de Budapest y de su gente. Ya en la preparación del viaje me extrañó la hospitalidad de la gente, que sin conocerme de nada, me ayudaban en todo lo que podían, incluso me ofrecían su casa como alojamiento.
Para adelantar podemos dejar la Budapest Card para el transporte y también podéis mirar los Freetour disponibles.
El vuelo salía de Barajas a las 7 de la mañana y a las 10 llegábamos a Budapest, con un hambre feroz. Así que movido por este primitivo instinto, llegué al centro de la ciudad, no recuerdo muy bien cómo, pero debía ser fácil.
Lo primero que hay que hacer al llegar al centro es cambiar dinero. No os calentéis con las casas de cambio; hay muchas y suelen tener pocas comisiones. Ya con dinero fresco en el bolsillo, paramos en una Dinamobike, y la primera sorpresa, aparte de comer unas tartas deliciosas, resulta que es un local que tiene alquiler de bicis y tartas, curiosa mezcla, pero al ser el primer sitio al que entramos pensamos que esto era algo puntual.
Ya con el buche lleno y observando las calles, lo primero que me llama la atención es que todos los edificios están aparentemente abandonados, en semi-ruina, pero muchos de ellos están habitados o albergan negocios. Y cuando entras a alguno de estos negocios lo primero que piensas es que lo ha decorado un esquizofrénico con síndrome de Diógenes. Sin embargo, cuando te paras y observas bien, compruebas que es un ejercicio de originalidad, y sobre todo, de reciclaje increíble. Es impresionante como se está reinventando la ciudad. Todos y cada uno de los negocios son diferentes, con decoraciones originales y únicas. Destaca lo artesano y ecológico, y apuestan por una alta calidad a pesar de que los precios son altos para los sueldos húngaros, no así para nuestro bolsillo.
Desde allí nos fuimos hasta el piso que alquilamos en Adam´s Flat, pleno centro, un piso señorial de tres habitaciones y con un salón enorme con un piano de cola. Una pasada por unos 30€ la noche.
Una vez dejamos la maleta vamos al Szimpla market de los domingos. Pero antes de nada me gustaría comentar la historia de Szimpla, el primer Ruin Bar de Budapest.
Los Ruin Bar o Ruin Pub en su traducción son los que parecen bares en ruinas, aunque el modelo ha evolucionado. Resulta que en el momento que Hungría pasa de ser comunista a capitalista, el estado se encontró con un montón de edificios que había nacionalizado, que tenía que mantener y que no tenía ni idea de lo que valían. Entonces fue cuando un estudiante aprovechó a comprar con sus ahorros, que a día de hoy serían lo equivalente a 600€, un edificio entero, en ruinas, en el centro de la ciudad. Como no tenía dinero para reformarlo, lo dejo así y empezó a servir bebidas a los compañeros de la universidad y, poco a poco, el negocio fue creciendo -pero aún sigue en ruinas-.
Aquí os dejo un link para ver los Ruin Pub.
Actualmente Szimpla es un ambiente multidisciplinar, recargado de decoración y con muchos negocios de comida y bebida local. Es como un centro comercial, pero bien. En este caso, como era domingo por la mañana, estaba el mercado de productores: había pan, quesos, embutidos, verduras, también música en directo, repartían goulash…. Una pasada.
Después volvimos a caminar sin un rumbo fijo hasta que la lluvia lo permitió y entramos en el primer restaurante que vimos, el Tulipán. Ya iba avisado de cómo son las comidas en Hungría: de primero, un Goulash siempre, que no es lo mismo que aquí... allí llaman Goulash a lo que nosotros llamaríamos sopa con tropezones, que puede ser de cualquier cosa: pescado, carne, pollo, setas, verduras, frutas…. De segundo, un plato carnívoro, con guarnición y postre.
Nosotros, que somos más de ir picando, cogimos un par de sopas, queso con arándanos, -muy típico también de los países del este- y un plato de carne. Todo buenísimo.
Con la tripa llena y el corazón contento, continuamos el camino. Pasamos por delante del Parlamento y llegamos a Isla Margarita, donde nos recibe el monumento a la vagina fósil, una vagina de casi 5 metros en homenaje a la mujer más antigua de Hungría encontrada aquí.
La isla es terreno verde casi al 100%. Llama la atención sus termas al aire libre y el jardín japonés, un sitio ideal para pasar una tarde soleada, que como veis en las fotos no era el caso.
Después, con la paliza y el frío encima, vemos un restaurante que está completamente forrado de madera, con piezas completas de madera. Así que entramos, me pedí una cerveza belga de trigo y los demás pidieron café o sopa. Con la sopa servían pan y una especie de mermelada que se veía a la legua que era picante, pero alguien decidió hacerse una tosta y dar un bocado. No voy a decir quién era, pero mi madre tenía fuego en la mirada.
En este punto se nos une Zsuzsanna, nuestra guía, traductora y animadora de la noche. Nos tomamos mi primera Craft en Budapest, en el Taproom de Horizont. Me sorprendió la calidad de las cervezas, probamos su IPA, la Bastard y una porter.
Después volvimos al Szimpla, ya que allí tiene su Taproom la cervecera Mad Scientist, un rincón fantástico y super llamativo, y de nuevo, a pesar de que elegí cervezas muy normales, me volví a sorprender por la calidad.
Desde allí nos fuimos a cenar a uno de los mejores restaurantes de Budapest, Al Getto Guylas. El restaurante es muy acogedor y la cocina fantástica. Aquí pude probar el pez gato, que he de reconocer que me daba un poco de asco al principio, pero lo cocinan buenísimo. Lo más llamativo es que al levantarme para ir al baño me di cuenta de que todas las paredes del restaurante eran como paneles sándwich ondulados de obra. Tienen un gusto espectacular para conseguir, con cosas tan baratas, efectos tan elegantes estos húngaros. La cuenta no sube mucho más de 10€ por persona, por dos platos, bebida y postre, y con todo esto, a casita y a dormir.
Es lunes de mañana y lo primero que hacemos es desayunar en el piso con los productos que compramos el día anterior en Szimpla Farmers Market, para coger fuerzas y empezar las visitas por la Gran Sinagoga. Sólo la vimos por fuera, ya que varios locales me advirtieron de que no merecía la pena pagar los 16€ por persona de la entrada.
Desde allí nos dirigimos a uno de los sitios favoritos de cualquier ciudad que visito, el mercado de abastos o mercado central. Como casi cualquier sitio en Budapest se encuentra en un edificio enorme y elegante, pero lo mejor está por dentro, y es un lugar donde puedes encontrar comida local, en la planta superior puedes encontrar frutas, verduras y carnes, de donde destacaría las frutas del bosque, los quesos ahumados, los maravillosos cortes del cerdo abrigado, típico de allí, o los típicos torreznos de pato (para mi gusto mucho más grasos que los de cerdo; con un par de estos torreznos tienes las calorías suficientes para aguantar un día entero). La parte de abajo me parece más especial, es como si entrases en el metro y los puestos estuvieran en el pasillo. La gran parte de los puestos son de encurtidos, muy originalmente presentados, y de pescado. Las pescaderías no son precisamente lo que aquí imaginamos, básicamente encuentras tres pescados frescos, barbo, pez gato y carpa, ésta última incluso viva en acuarios, y también en cabezas, para hacer la famosa sopa de cabezas de carpa.
Una vez visitado nos dirigimos a Buda, sí, se me olvidó decir que Buda y Pest son dos ciudades separadas por el Danubio. Y sí, la parte de Buda se llama Buda por Buda, valga la redundancia. Y no, no vais a ver ninguna estatua del Buda gordito de oro. El nombre viene de que antiguamente cualquier capital del imperio mongol se llamaba Buda, y la Buda húngara llegó a ser la capital de este imperio. Por otra parte, estoy casi seguro de que la zona de Pest no tiene nada que ver con la peste (pero no puedo confirmarlo).
Una de las cosas que se pueden visitar en Budapest son los puentes que unen estas dos ciudades. En este caso cruzamos por el Puente de Libertad, que nos lleva directamente a la capilla de la roca, que se puede visitar, aparte de ser espectacular por estar excavada en la roca, tiene piezas realmente sorprendentes, y disponen de audio guías en español, que recomiendo.
Esta iglesia destaca por tener una virgen negra, por haber estado habitada por monjes paulinos, esos que hacen la sabrosa Paulaner, y por la historia de San Iván, que usaba los barros cercanos para curar a los enfermos.
En la salida hay un mirador en el que puedes disfrutar de las vistas de todo Pest y el Danubio, y el inicio de la subida al monte Gellert, que se levanta más de 200 metros de altura del Danubio, así que a pesar de no ser un ochomil, tira de gemelos.
En la parte superior se encuentra la ciudadela y el monumento a la libertad, que se construyó en honor a la liberación soviética en la Segunda Guerra Mundial, aunque lo mejor son las vistas que ayudan a entender la organización de esta ciudad. Si miras hacia Pest, sólo verás edificios, edificios y más edificios; sin embargo, si diriges la mirada hacia Buda podrás ver las maravillosas vistas del castillo, al fondo la montaña y entre medias bosques y chalets. Quiere decir, hacia Pest la clase trabajadora y hacia Buda la clase alta.
Bajamos disfrutando de las vistas de Buda, pasando por el museo de Medicina y por dos exposiciones de arte al aire libre, y como el hambre ya apretaba nos paramos en el único restaurante que vimos, el Barkert Bistró, un restaurante super lujoso en el que pensamos que nos iban a sangrar, pero a la hora de pagar la cuenta se quedó en 18€ por persona.
Pedimos: crema de hongos, sopas varias, carne con boletus y pato con higos regado con cerveza Leffe. Una delicia todo.
Disfruté tanto que se me hizo tarde, y tenía que irme a la cervecera, así que no pude disfrutar más de Buda en todo el viaje, cosa que invita a volver.
Como era tarde decidí ir en taxi. El precio era muy económico, porque fueron 10 kms y sólo 6€. Al llegar a la dirección indicada me encuentro con una fábrica enorme de ladrillo. No me podía imaginar que una cervecera artesana tuviera una fábrica tan grande. Para que os hagáis una idea, era de las dimensiones de la fábrica de Amstel en Algete, pero tenía truco, la fábrica se dividía en varias subfábricas de diversos productos, así que me costó un rato largo dar con Horizont Brewing. Una vez allí, conté como guía con Tamas, que me atendió en un perfecto castellano, y pude ver con él todo el proceso de fabricación de Horizont. Quizás, de las tres que visité era la más pequeña, pero con el objetivo claro de seguir creciendo y abriendo mercado lejos de Budapest. Sus cervezas son muy redondas, sin defectos en el sabor ni el aspecto, cogiendo recetas de toda la vida y dándoles un toque personal. Pude disfrutar de dos de sus nuevas recetas a las que aún les faltaban unos días para embotellar: una cerveza Sour con frambuesa, con un color rojo espectacular, y de un sabor ácido típico de los frutos rojos, y una espectacular imperial stout con chocolate, de cuerpo denso, baja gasificación, un marcado sabor a chocolate y un alto grado de peligrosidad, porque entra como un batido. Más tarde en casa pude disfrutar de su cerveza más vendida, la Gentle Bastard IPA en botella, una cerveza muy redonda, de alto aroma y muy refrescante.
Desde allí cogí otro taxi y le dije que me dejara en un punto que elegí al azar, para darme un paseo por sus calles. No había nada especial, ni tampoco mucho negocio, pero me era un sitio tranquilo y agradable. Como ya me meaba más que una persona mayor, entré en un bar donde además servían Krusovice, una cerveza que me había recomendado un amigo; pero después de la visita a Horizont se me quedó muy corta, una Pilsen normal y corriente.
Desde allí pasé por el piso para ducharme, ya que me habían invitado a cenar en la mejor pizzería de Budapest, Trattoria Da Massimo: creo que fue la comida decepcionante del viaje, no digo que no estuviera bueno, porque era muy correcto, pero no puedo comparar una pizza con el nivel de la cocina húngara.
Es martes, y como si de un déjà vu se tratara, volvemos a dirigirnos a la Basílica de San Esteban, esta vez para encontrarnos de nuevo con Zsuzsanna. Empezamos el tour por esta Basílica, el coste de entrada es la voluntad, pero no como en otros centros de 3€ de donativo, la voluntad de verdad, lo único que tienen es un tío en la puerta que, si echas poco te mira mal, y si echas mucho -y tienes mucha suerte- lo mismo te sonríe. No lo comenté antes pero en Budapest las máquinas automáticas brillan por su ausencia. El gobierno, como había mucho paro, decidió crear puestos de trabajo como máquinas automáticas: que quieres entrar a un baño público, una señora te cobra... para picar en el metro o bus, te lo pica una persona... y así todo.
Una vez dentro llama la atención la de señoras que hay contratadas para chistarte y pedirte silencio a la mas mínima. Daba miedo pisar un poquito fuerte. Las dos atracciones principales de la basílica son la negra Madonna y la mano incorrupta de San Sebastián, famosa por poder atemperar a la temperatura ideal cualquier cerveza que cogiera entre sus manos.
Salimos y pasando por la graciosa estatua de un guardia gordinflón vamos a disfrutar de unos de los dulces típicos de húngaros, los Strudel, unos bollos rellenos de frutas y/o requesón en la pastelería más famosa de Pest, Elso Pesti Reteshaz. Son dulces no excesivamente dulces, pero muy sabrosos y recomendables.