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Gran Canaria

Actualizado: 23 dic 2020

Fue mi primer viaje a Las Canarias. Siempre había sido muy reacio a viajar a las islas porque no me gusta el turismo de sol y playa, pero una oferta de 40€ ida y vuelta me hizo replanteármelo.

En este viaje visité una pequeña parte de la isla; lo que es la parte oriental no dio tiempo. Es una isla con infinidad de cosas que visitar y grandes bosques y montes por los que perderte.

El primer día fue un poco toma de contacto, para llegar y recoger el coche de alquiler, un Fiat Punto, con el que me dirijo a la localidad de Arucas.

Dejando el coche a las afueras voy a desayunar. Entro en la primera cafetería y allí ya pude darme cuenta de la sencillez y la amabilidad de los canarios, aparte de que me ofrecieron bocatas vegetarianos de pollo o de pescado. Así me hago yo vegetariano.

Arucas es un pueblo precioso con un montón de casas coloniales, jardines y parques. También es conocida como "la ciudad de las flores".

Sobre todo, destaca la "catedral de Arucas" que en realidad es la iglesia de San Juan Bautista, de estilo neogótico y construida en piedra volcánica con una torre de más de 60 metros de altura. La catedral empezó a construirse en 1909, pero tardó 70 años en ser terminada.

Otro de los puntos de interés y que desde lejos puede admirarse es la montaña de Aruca. Pero en este viaje estaba cerrada al público; desconozco los motivos.

Por último, toca la visita a la fábrica de ron Arehucas. Arehucas es el antiguo nombre de la ciudad de época prehispánica, allí te hacen una pequeña visita guiada por la fábrica y te cuentan la historia y el proceso de fabricación. También la diferencia entre un ron y otro. La verdad que es una visita muy didáctica. Además, para terminar, tienes una cata libre de ron y demás destilados de la fábrica. No soy muy de beber ron, pero he de reconocer que el Ron de 18 años estaba buenísimo.

Doy un paseo más por el pueblo y me dirijo a por el coche que estaba en la otra punta, para visitar el bosque de Laurisilva, pero una confusión con el GPS me hizo aparecer a más de una hora del bosque, ya que las carreteras de montaña de Gran Canaria no tienen nada que envidiar a las de Pirineos. Por suerte vi un cartel que ponía Pico Osorio, así que aparqué el coche y me dispuse a subir.

Era un día nublado y lluvioso. El camino discurre entre un bosques arbóreos y áreas de helechos. Desde lo alto se puede vislumbrar hasta la costa por el lado norte, pero con tanta niebla no había grandes vistas. Justo al llegar que marcaba la cima, me encontré con una chica que subía por otra ruta, por el lado oeste; después de charlar un rato nos despedimos, con tan mala suerte que ella bajaba por donde yo había subido y me dio vergüenza volver a perseguirla y decidí bajar por la cara sur, craso error, la vertiente era mucho más empinada y junto con la lluvia hicieron que bajara gran parte del trayecto de culo entre caída y caída. Además, tampoco sabía volver al coche y regresar me llevó más tiempo del deseado.

Una vez encontrado me dirijo a la capital para dar un paseo por el centro, donde la gente hace vida. No tiene ningún encanto especial, pero me encanta visitar estos sitios fuera de toda la zona turística.

Encontré un lugar que tenía muy buena pinta para comer, un lugar de los de antes, con cocina casera. Como era tarde y no quería molestar mucho, le dije que me pusiera algo típico, y vi como a la mujer se la saltaban las lágrimas, por tener la oportunidad de descubrir los secretos de la gastronomía canaria a un foráneo: papas arrugadas, gofio, empanada y un sinfín de tapas canarias, de una calidad extraordinaria. Al final creo que pagué 10€ o así, porque me invitó a varias cosas. El lugar se llamaba la Tasquita May May.

Después me bajé hacia el paseo marítimo para hacer un poco de tiempo en lo que el resto de la expedición aterrizaba. También aproveché para comprar algo de cena y dejarlo en el apartamento que alquilamos.

Esta vez elegimos el ático de una mansión de una señora alemana en Santa Brígida. Eso sí, hacía un frío dentro que creo que jamás recuerdo haber pasado tanto frío durmiendo; si no llega a llover, me hubiese quedado en la terraza, que se estaba de lujo. Pero bueno el precio creo que fueron 23€ la noche, el ático entero.

Después de la recogida, cena en casa con cerveza, gofio canario y a descansar.

El día siguiente madrugo para ir a ver la caldera de Bandama. No sabía lo que me iba a encontrar, ni miré lo que era. Pero tenía la sensación de que me iba a encontrar algún agujero con fuego, humo o agua caliente.

La ubicación en Google es un poco liosa, yo recomiendo poner "Bodega Hoyos de Bandama" y dejar por allí el coche, el sendero prácticamente sale desde allí.

La caldera, así a grandes rasgos, es un gran agujero en la tierra con unas paredes muy escarpadas; ésta en concreto con mucha vegetación.

Es curioso porque siempre que estoy acostumbrado a salir al monte, primero subes y luego bajas, pero aquí es al revés y se hace extraño.

El recorrido es precioso. Una vez abajo llegas al antiguo lagar vinícola de Van Damme, de donde toma su nombre y no es el famoso Van Damme, sino Daniel Van Damme, un comerciante flamenco que en el siglo XVI se asentó en la isla.

Justo al llegar abajo empezó a caer una lluvia torrencial, porque como dicen en Canarias, nunca llueve, salvo que vayas, porque siempre que voy, llueve. Me refugié dentro de la bodega, y cuando escampó empecé a buscar lo que para mí era la caldera. Algo con fuego o caliente, pero tras mucha búsqueda sólo encontré unos mandarinos que daban unas mandarinas buenísimas y superácidas. Después de ponerme las botas con las mandarinas llamé a una amiga canaria, Namita, para ver dónde narices estaba la caldera, pero sólo encontré risas en su respuesta: -No, no hay nada de fuego en el fondo, caldera es la misma forma geológica del agujero.

Después de recoger al resto de la expedición nos dirigimos al Pico de las Nieves, no sin antes hacer una parada en el mercado de Santa Brígida, de frutas, verduras y productos locales. Es una pasada visitar cualquier mercado de frutas en Gran Canaria, por la variedad y el sabor.

Tras un largo y tortuoso camino en coche llegamos al Pico de las Nieves, el techo de la Isla, con más de 1900 metros de altura. Se cuenta que en días de buena visibilidad se puede ver hasta el Teide y las islas vecinas, pero con el día que hacía y la espesa niebla nosotros ni siquiera nos veíamos si nos separábamos más de 10 metros, y no es exageración. La ventaja es que puedes llegar hasta la cima en coche, y la desventaja es que no cuentas con ese plus de satisfacción de cuando te esfuerzas por llegar a la cima.

Desde allí nos fuimos a visitar de nuevo Las Palmas, al centro histórico.

Por un lado puedes disfrutar simplemente de un paseo por las calles del centro, de sus edificios, de sus homenajes a Galdós, de las esculturas que cuentan su historia, de las cuales destaco dos: la primera, el monumento a los pantalones de campana, de la cual cuenta la historia que para fomentar la economía de la Isla, el gobierno se propuso entrar en el circuito de la moda, y para ello fabricó en grandes cantidades pantalones de campana, que en los 70 se pusieron de moda, pero no se dieron cuenta que al tener una hora menos todo llegaba más tarde y llegaron más tarde a la moda, por lo que tenían un superávit enorme de pantalones de campana que ya no se vendían... así que en el 79 se creó una ley, que fue derogada en el 83, que obligaba a todo canario residente en la isla a llevar pantalones de campana al menos 3 días a la semana. El otro monumento es Atus Tirma, que representa el fragmento de la historia en el que la ciudad adopta su nombre. En la época prehispánica Las Palmas fue el hogar de un valerosos guerreros. En una ocasión, el poder recayó en manos de un dirigente muy débil y cobarde, y los guerreros, reacios a seguir a ese poco carismático líder, prefirieron lanzarse al mar desde un acantilado. Como es lógico, la palmaron, y ese día se fundó en ese punto la ciudad de Los que la Palman de Gran Canaria, que con el tiempo se quedó en Las Palmas de Gran Canaria.

Otro de los atractivos de la ciudad es también la Playa de Las Canteras y sobre todo sus atardeceres, y aún más atractivas son las rutas gastronómicas que te ofrece la ciudad.

Voy a dejaros la nuestra:

· Te lo dije Pérez: es un local especializado en cerveza artesana y tapas, pedimos un par de cerveza de Viva, quizás algo licuadas en su cuerpo para mi gusto, y un Almogrote, que es una especie de pate de queso buenísimo.

· La Pata Canaria: un bar de los de toda la vida, de esos que tienen sus parroquianos asentados desde hace 30 años, que hacen la comida con mimo y sin florituras, que te hacen sentir como en casa. Probamos el Sancocho Canario, que nada tiene que ver con el latinoamericano, sino que es pescado hervido con patata y bata y mojo. Mención aparte para Diana, que intentó explicar totalmente convencida que el bocata de pata era en realidad un bocata de la pata, la novia del pato.

· Patamig: un local típico en la ciudad, ofrece el bocata de pata con un montón de salsas distintas, para mi gusto algo seco.

· Bodegón Lagunetas: Un restaurante en la famosa zona de Lagunetas. Comimos papas arrugadas y ropa vieja, buenísimo, muy recomendable.

· The Situation: Para tomar la última, tienen varios grifos con cervezas internacionales, sobre todo británicas y cócteles.

El tercer día decidimos ir a explorar el sur. Nos abrigamos bien y cogemos la carretera que va pegada a la costa, y aprovechando el viaje para desayunar un bol de frutas tropicales que compramos el día anterior.

La primera parada es la Playa Montaña de Arena, una playa nudista. Su nombre lo dice todo, es una playa, tiene una montaña y esa montaña es de arena, no engaña. En ese momento nos dimos cuenta de que el sur era otra cosa, pasamos de pasar frío en una mañana nublada a asarnos bajo un sol acosador en menos de 40 minutos.

Seguimos recorriendo la costa para llegar a Puerto Mogán, lo que llaman la Venecia canaria, pero aún no sabemos por qué.

Puerto Mogán es un puerto, con una pequeña playa. Hay que reconocer que tanto el pueblo, como la playa y el pueblecito costero tienen su encanto, pero no deja de ser un pequeño sitio de playa preparado por y para el turismo.

Paramos a comer en uno de sus restaurantes. Cuesta decidirse, todo es muy caro. Los platos son los típicos de cualquier lugar de costa, lo que comes aquí lo mismo lo comes en Benidorm que en Marbella. Ni siquiera recuerdo el restaurante en el que comimos, las raciones muy pequeñas, de precios caros y sin alma, comida de batalla.

Nos dirigimos a nuestro último destino en el sur de la isla, las Dunas de Maspalomas. Para llegar hay que aparcar los más cerca del Hotel Riu Palace Maspalomas y pasar por debajo de él a través de un arco, y rápido llegamos a las dunas.

En este momento el sol estaba en máximo apogeo y Diana vestía mallas térmicas y vaqueros, así que ante el riesgo de terminar con la almeja cocida pasamos a un vestuario más veraniego.

Nos habían avisado de que tuviéramos cuidado por donde andábamos, por las zonas de cruising. Nunca me he encontrado con este tipo de zonas, pero vamos, no creo que sea algo tan grave como para crear ese miedo; sólo que lo mismo ves algo que no te apetece ver; no creo que te obliguen a participar.

Ya con la vista en las dunas, sólo ves montañas y montañas de arena limpia, hay un gran tramo hasta el mar y no es fácil, ni rápido llegar, pero sí entretenido. Además, puedes bajar las ruinas rodando. También tuvimos la suerte de encontrar entre las dunas la estatua de Adolf Muller, creador de las Dunas, y en la que pone la verdadera historia de las Dunas. Resulta que los primeros resorts para turismo no tenían permitido construir a menos de un kilometro del mar, pero este médico alemán, que vestía chanclas con calcetines, en vez de vaciar la arena en el borde de la playa se la llevaba hasta el hotel y en la puerta del hotel vaciaba sus chanclas y sus calcetines en dirección al ma. Esta costumbre se fue extendiendo entre el resto de turistas y a los pocos años terminaron por conformarse estas Dunas, creando este espacio desértico. Otra prueba más de la brutalidad de la mano del hombre en el ecosistema.

Actualmente y coincidiendo con la festividad de San Atilano, el 5 de octubre, se reúnen cientos de personas para esparcir la arena de sus chanclas en la puerta del hotel para honrar el primer día que Adolf Muller llegó a la isla.

Para la última cena del viaje queríamos algo de pescado fresco y el sitio que nos recomendaron fue el restaurante Cofradía Marinera de San Cristóbal, a las afueras de Las Palmas.

En la entrada del aparcamiento reza un cartel que sólo una foto puede explicar, y en el que han dejado un poco de espacio por si a la tercera aciertan.

Ya en el restaurante nos decidimos por un caldo de pescado que se pasaron de hierbabuena, pero muy bueno, gofio, croquetas de bacalao y vieja que, aunque venía a la plancha, a Diana se le antojó frita y estaba deliciosa.

El cuarto y ultimo día el avión salía por la mañana, así que lo único que hice fue visitar uno de mis lugares preferidos de todas las ciudades, el mercado de abastos, el mercado de Vegueta, situado en el barrio del mismo nombre, nombre en honor a un antiguo luchador canario, Vegueta, en el que se basó la famosa serie Dragon Ball.

Ya en el mercado es una pasada disfrutar de la variedad de colores y variedades de frutas y pescados. Recargo la mochila de plátanos y paso por la cafetería. Como recomendación, no estreséis a la camarera, porque lo único que consiguieréis es que pase cientos de veces por delante de ti diciéndote, "cálmate, no te estreses". Por suerte no fui la víctima, sólo un simple observador de este divertido proceso. Además se veía que no lo hacía a malas, es sólo su método de trabajo. Pedí un bocata de pescado, que llevaba corvina, ajo, perejil y limón, un bocado sencillo, pero absolutamente delicioso y muy barato.


Con esta visita acaba la visita a la isla, muy descoordinada y en la que pudimos sólo ver un pedacito, pero ya en el avión de vuelta planeábamos el regreso para visitar el resto de la isla.

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